Hijo de un fiscal y una ama de casa, Eduardo Mendoza estudió Derecho pero, al terminar, decidió dedicarse a viajar por Europa. En 1973 se trasladó a Estados Unidos donde ejerció como intérprete de la ONU. Dos años más tarde, comenzaron sus andanzas como escritor y novelista y publicó “La verdad sobre el caso Salvolta”
“Romper páginas es un trabajo muy bueno”
TEXTO: PATRICIA ROBLES
IMÁGENES: ANTONIO PRADAS
Nuestra cita con el escritor Eduardo Mendoza resulta sorprendente desde el principio. Arropado por estudiantes de 4.º de la ESO del IES J.B. Porcar de Castellón y a la salida de la charla que ha impartido en la Fundación Caja Castellón-Bancaja, nos sentamos frente a un café y un agua con gas.
Háblenos de esa Barcelona que ven sus ojos, ¿cómo es?
De los hijos de Barcelona, soy el “garbanzo negro”porque siempre he procurado irme de esta ciudad. A veces, este vástago es el que cuenta la historia de la familia. A mí, la ciudad me interesa pero me oprime, me gusta el cambio. De hecho, he vivido muchos años fuera en países como Holanda, Inglaterra, Estados Unidos... siempre he procurado estar fuera porque me gusta ser extranjero. Cuando he vuelto, que siempre lo he hecho, he visto mi ciudad con otros ojos. Con una visión distinta de la de aquel que siempre vive en su casa. Del que le parecen normal cosas
que no lo son o le parecen raras cosas que son normales. Creo que tengo elementos de comparación. Me interesan mucho las ciudades.
A través de su experiencia vital, ¿cómo está presente en su obra esta comparativa entre esas ciudades?
Está muy presente. No solo eso, sino que se encuentra de forma explícita. A veces he contado cosas de la historia de Barcelona que me he inventado y, en otras ocasiones, han sido sucesos de otras ciudades que me ha parecido interesante relatar. He vivido en París pero también en Viena y esta última es una ciudad con una historia tremenda porque ha sido capital imperial, luego vino la guerra, se deshizo, se volvió a hacer... y de la historia
de Viena he incluido muchas cosas en la de Barcelona. Insisto, lo que me interesa son las ciudades, no Barcelona en sí. Soy muy poco patriota.
En su último trabajo –Tres vidas de santos– ha unido tres relatos de distintas épocas...
Sí, el primero lo escribí hace muchísimo tiempo, hace algo el segundo y hace poco el tercero.
No los había editado antes porque es muy difícil publicar un relato suelto en España. Con el tercero, pensé en reunirlos.
¿Qué influencias contiene su obra literaria?
Infi nitas, como las de todos los autores. Siempre he dicho que soy hijo literario de Baroja. No porque me parezca el mejor sino porque en los principios de mi carrera literaria el modelo de Baroja me sirvió y todavía me sirve. Si algo imito es a Baroja. Luego ha habido cientos de escritores. Unos, porque son muy buenos y son grandes maestros. Otros, porque no son buenos pero algo he encontrado que me ha servido. Es muy importante, por ejemplo, la infl uencia de los escritores malos porque uno aprende cosas que no debe hacer. Estos
son muy útiles porque se les ve en los cosidos. Se les ve la trampa y eso enseña mucho.
¿A qué se refiere cuando habla de trampas?
Efectos sorpresa mal puestos, diálogos ingeniosos que no tienen gracia, intrigas que son tan confusas que el lector se pierde, cosas que son inverosímiles y que no hacen creíble la historia... El error de la gente es que cree que contar cosas que son reales ya es suficiente para que un libro funcione.
A la hora de ponerse a escribir una historia,
una novela... ¿qué se plantea?
La verdad es que tengo que pensar la respuesta, cosa que ya es significativo. Normalmente
tomo conciencia en el momento en que me paro a pensar “¿qué hago yo metido aquí?”. Eso, creo, pasa con bastantes cosas. Uno no sale a la calle diciendo “voy a ver si encuentro una chica para ver si formo una familia”. Sin embargo, de repente un día uno no sabe como pero piensa, “bueno y qué he hecho yo pero si tengo novia”. Pues a mí me pasa algo así. Pero también hay que planificar y estar predispuesto a que las cosas pasen. Hay que ir reflexionando en cada etapa sucesiva. En mi caso, el principio siempre es un poco casual.
Esas ideas de las que habla, ¿surgen de la experiencia?, ¿Son fruto de la memoria?
Sí, las cosas están siempre por ahí. La memoria todos pensamos que es como un modelo físico de un armario donde está todo colocado. Unas cosas en el fondo, otras más a mano porque las usamos más... pero no es así. La memoria son solo unas neuronas que van corriendo por una red de autopistas rarísimas. Se encuentran y chocan... a veces unas están muy cerca y de repente uno recuerda por lo que sea una canción, un olor, una foto y le lleva a ese recuerdo inesperado que tiene muchísima fuerza, más vivo y presente. A la hora de
escribir se ponen en funcionamiento unos mecanismos de “aquí todo vale” y aparecen estas ideas.
De todos modos, uno también fuerza la memoria. ¿Cree que existe el escritor metódico?
Solo existe ese. El que cada día se sienta a escribir. Lo cual no signifi ca que cada día se escriba lo mismo. A veces, salen las cosas y a veces, se pierde el tiempo. Aunque tampoco es verdad. En ocasiones uno está echando unas horas, pensando y escribe algo pero no es eso... se da cuenta de que no... se desespera... y al día siguiente ese trabajo a lo mejor ha valido
algo. De todos modos, romper páginas es un trabajo muy bueno porque quiere decir que vendrán otras y que esa mala idea nos la hemos quitado de encima.
¿Tiene alguna manía a la hora de escribir?
No, no tengo. Me encantan los lunes porque ya ha pasado el fi n de semana. Ya he hecho todo lo que tenía que hacer y tengo tiempo por delante. No hay nada que me guste menos que el agobio y el lunes es un día muy poco agobiado.
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